Daniel, sus padres y hermanas, entre ellas Aida y Rita, vivían en Certenejas, un sector de la comuna de Villa Alegre en la Región del Maule. Aunque era amado intensamente por su familia, a fines de los años 60 se trasladó a Santiago donde llegó a formar parte del círculo más íntimo de la familia Allende. Nadie entendió su decisión. Abandonó las domaduras de caballos, las cuecas palmoteadas con sus hermanas, los ricos camarones que llenaban los potreros en el invierno, el pequeño y hermoso pueblo provinciano.
Trabajó un tiempo en la construcción del Metro. Y buscando otro tipo de trabajo llegó por azar a ocuparse en la pequeña fábrica de lanas de una de las hijas del doctor Salvador Allende. Sereno y leal, Daniel demostró rápidamente sus capacidades y asumió tareas en la administración de la empresa. Poco a poco se fue convirtiendo en una persona de confianza. Al segundo año conoció al médico que cambiaría la historia del país. Surgió una amistad y simpatía mutua que nunca se quebró. Se convirtió en el asistente, el que atendía las mil necesidades de la siempre inquieta familia. Dejó la fábrica y se hizo cada vez más indispensable en la convulsionada agenda de los Allende Bussi. Participó en las agotadoras giras del líder, en las infinitas reuniones. Se convirtió en un militante, en un “compañero”, siempre a su lado, cuidándole las espaldas, velando para que ningún desquiciado atentara contra aquel que encarnaba sus sueños de justicia y libertad.
El médico se convirtió en Presidente y se dio inicio a un proceso de profundos cambios sociales que generó apoyos, resistencias y pasiones desbordantes. Daniel era quien llevaba la chequera privada del Presidente. Fue natural que formara parte de la escolta que lo acompañaba y que la prensa bautizó como Grupo de Amigos Personales (GAP).
Corría 1973 en un país polarizado y sobreideologizado. En junio el teniente coronel Roberto Souper había intentado un Golpe de Estado movilizando al regimiento Blindado N°2 que rodeó La Moneda. La intentona coordinada por el movimiento de ultra derecha “Patria y Libertad» fracasó gracias a la valiente intervención del general Carlos Prats y costó 22 vidas humanas, entre civiles y militares. El país transitaba al borde del abismo, entre la desconfianza, el temor y la conspiración.
Esa noche una multitud había colmado la Plaza de la Constitución. “¡La guardia muere pero no se rinde, mierda!”, había dicho el Presidente, repitiendo la frase del capitán de Carabineros que dirigió la defensa del Palacio Presidencial.
11 de Septiembre
El día amaneció nublado. Desde muy temprano diversas llamadas alertaron al mandatario. Algo pasaba en Valparaíso. La Armada, que había zarpado para realizar la tradicional “Operación Unitas” con los navíos norteamericanos había regresado y ocupaba las calles del puerto. Todo era confuso y los diversos generales contactados afirmaban que todo estaba normal. Era un día clave. Desde la Universidad Técnica Allende llamaría a un plebiscito para resolver la aguda crisis que vivía el país.
Imagino a los miembros del GAP formando un nervioso círculo en el patio de la casa presidencial de Tomas Moro. Afuera varios Fiat 125 calentando motores. Tal vez Daniel sintió que el frío del amanecer le mordía la espalda. Algunos corrían a tomar posiciones en las ventanas del segundo piso.
Hacía sólo una semana que Daniel había estado en la vetusta casona de sus padres. Es posible que recordara el brasero a los pies de su madre, sus juegos infantiles, el mate de mano en mano en las oscuras noches.
Todos los testimonios afirman que en esa hora decisiva el Presidente lucía grave y decidido. Su voz, normalmente tranquila, a veces traviesa, transmitía una profunda decepción.
Minutos después de las 7.00 A.M. la comitiva enfiló veloz hacia el centro de la ciudad. Los miembros del GAP observaban con preocupación los techos de los edificios y las esquinas de las calles desiertas y silenciosas. La ciudad enrarecida despertaba lentamente, sin adivinar el drama que se desencadenaría en pocas horas. El Mapocho aparecía y desaparecía de la ruta y uno que otro madrugador los saludaba adivinando que el “compañero Presidente” viajaba en alguno de aquellos ruidosos vehículos.
“Esto se ve mal”, le había dicho a su hermana Aida el día anterior cuando hablaron brevemente por teléfono. “Cuídate hermano”, le había rogado ella, “si te pasa algo, nuestros padres morirán”.
En “La Moneda”
“Si viene una bala para el doctor yo me pongo por delante”, le había repetido a su hermana, que escuchaba anhelante al otro lado de la línea telefónica. A La Moneda llegaban médicos, ministros y secretarias. El Presidente distribuía tareas y se escuchaban carreras por las escaleras. Los GAP cerraron las ventanas e instalaron muebles tras los balcones. Quizás miró al gobernante que hablaba por teléfono con voz resuelta. Posiblemente recordó las veces que habían pernoctado en Certenejas. Vio a sus padres conmovidos abrazando al Presidente que lo único que deseaba era dormir un rato en la pequeña pieza destinada a las visitas. Después de unas horas aparecía por el comedor, relajado. Se sentaba junto al fogón donde lo esperaba un mate y unas tortillas. Otras veces los muchachos corrían a Villa Alegre y compraban un buen asado. Lo preparaban riendo y degustando los ricos vinos de la zona.
A las 9.00 horas La Moneda fue rodeada por tropas que se tomaban los edificios cercanos. A las 10.00 la guardia de Carabineros se retiró. Algunos dejaron sus armas, tal vez por olvido, quizás por vergüenza. Prefirió pensar que era por solidaridad con quienes se quedaban junto al Presidente.
Parapetado tras los ventanales seguramente pensó en el temor de su mujer embarazada y en el rostro de su pequeña hija. Tal vez nunca conocería al hijo que venía en camino. Pero sabría que su padre murió luchando contra fuerzas mil veces superiores. Vio avanzar tanques y tropas desde el Ministerio de Defensa.
¡Todos al suelo! gritó el jefe del GAP.
Los disparos de los tanques estremecían las gruesas murallas. El estruendo de ametralladoras y armas pesadas se volvió ensordecedor.
Volvió a ver la vieja casa cuando la comitiva se detenía para que él pasara un momento a saludar a sus padres. Luego regresaba gozoso a alguno de los vehículos y se dirigían a Linares o a las Termas de Panimávida donde el doctor se reunía con sus amigos de la zona.
No sabía cuántas horas habían transcurrido. El Presidente ordenó reunir a las mujeres, entre las cuales estaban dos de sus hijas. Les habló como padre y como líder. Les explicó que vendrían días oscuros. Que sobrevivir para el futuro era un deber revolucionario. Que debían correr a cuidar a sus hijos y defenderse de quienes tratarían de revertir la historia y las conquistas del pueblo. Las abrazó una a una. Y las empujó fuera. Alguien gritó:
¡La Fuerza Aérea va a bombardear, todos al subterráneo!
Eran cerca de las 11.55 horas cuando bajaron corriendo las escaleras. En el desorden se mezclaban médicos, periodistas, miembros del GAP. Daniel sintió que vivía una pesadilla. El estruendo fue pavoroso. El humo y las llamas lo consumían todo. Comprendió que estaban perdidos. Que no habría palabras, ni razón que detuviera el odio de quienes destruían así el símbolo de la democracia chilena. Pensó en tantos camaradas que a esa hora ocuparían las fábricas y las universidades. En medio de la confusión y los gritos el Presidente se mantenía extrañamente tranquilo, dueño de su hora más difícil.
Lo observó admirado. Era como su segundo padre. El hombre capaz de hipnotizar a las muchedumbres con su voz ardiente. El que siempre lo trató con afecto y amistad. “Eres como el hijo que no tuvo”, le dijo una vez uno de sus camaradas.
Hubo contactos telefónicos y delegaciones enviadas a parlamentar que fueron detenidas. Salvador Allende se negó a renunciar y menos a entregarse a los golpistas.
La casa de los presidentes de Chile ardía por los cuatro costados. La bandera que flameaba victoriosa se quemaba ante los corresponsales extranjeros. Las tropas ocupaban los patios. Se consumaba la tragedia. A las 14 horas el Presidente ordenó a los hombres dejar las armas y bajar por la escalera que da a calle Morandé. No tenía sentido sacrificar más vidas humanas. Se despide afectuosamente de cada uno. Les dice que él irá al final. Eran 16 integrantes del GAP, dos de ellos heridos y 7 detectives asignados a la seguridad presidencial. También médicos, asesores y autoridades. Probablemente Daniel quiso rebelarse: “no me entregaré, me quedaré con usted hasta el final”. Y seguramente el doctor usó sus palabras más convincentes.
Sus compañeros ya salían con los brazos en alto. Cuando bajaban se escucharon dos disparos. Alguien gritó: “¡Allende ha muerto!”.
La intensa luz de la calle le hirió los ojos…
Los testimonios de sus hermanas
Un atardecer húmedo de junio llegué a la casa de sus hermanas en Villa Alegre. Me acompañó Soraya, una gran amiga, ex funcionaria de CODEPU, que había conocido el caso de cerca.
“Se entregó en La Moneda”, cuenta Aida. “Aparece en la foto donde están en el suelo con los brazos cruzados detrás de la cabeza y al fondo hay un tanque, después desapareció. Se sabe que los trasladaron al regimiento Tacna y luego al Blindados 2, hoy Fuerte Arteaga. Tenía 24 años, era el más joven, el regalón del Presidente”, agrega.
En el grupo de detenidos había médicos, abogados, funcionarios de la Policía de Investigaciones.
“Este grupo de colaboradores abandonó el Palacio de La Moneda por calle Morandé aproximadamente a las 14.00 horas. A las 18.00 horas, este grupo fue conducido al Regimiento Tacna, en dos vehículos militares. En ese recinto permanecieron tendidos en el suelo, boca abajo, con las manos detrás de la nuca, desde el día 11 hasta el 13 de septiembre a mediodía. Testimonios coincidentes señalan que los llevaron a Peldehue, donde habrían sido ejecutados y sepultados. Desde esa fecha permanecen todos ellos en calidad de detenidos desaparecidos” (Museo de la Memoria y los Derechos Humanos).
Rita, otra de sus hermanas, se seca las lágrimas mientras habla. “Allanaron nuestra casa en Certenejas varias veces. Rodeaban la casa de noche, destruían el piso y los muebles. Nos detuvieron los carabineros por cortos periodos. Una noche sacaron a mi padre de la cama. Le rompieron la ropa, le daban culatazos. Yo me arrojé sobre él y les gritaba ‘¡Cobardes!’. Nos llevaron presos a los dos”, recuerda Rita. “Y le dije al capitán: ¡Para detener a una mujer vienen tantos y cuando andan robando no viene nadie!”, señala.
Alguien menciona un maletín médico que el doctor habría olvidado en Certenejas. Pregunto qué saben de ese valioso objeto. “Era un maletín café, de cuero. Tenía de todo, hasta para hacer pequeñas operaciones, el terremoto del 2010 destruyó la casa donde estaba, pudimos rescatar muy pocas cosas. Yo no he vuelto a entrar”, dice Aída.
Para evitar que sus padres se enfermaran por no tener noticias de Daniel la familia decidió mentirles. Les dijeron que había logrado viajar a Cuba. La historia resultaba creíble y los padres no dudaron. A veces inventaban alguna carta que supuestamente habían recibido desde la isla: “Mamita linda, estoy bien, pero aún no puedo regresar. Los extraño mucho, espero abrazarlos pronto. Su hijo Daniel”.
“Les leíamos esas cartas de vez en cuando y mi madre decía: ‘Cualquier día veré a Daniel entrar por la puerta’”, acota Aida.
Los amedrentamientos siguieron. Hasta detuvieron a la madre. “¿Por qué nos molestaban?”, se pregunta Rita, “se llevaban las radios, todo”. La persecución continuó. A Rita la echaron del Hospital donde trabajaba y a Aída, la profesora, le quitaron su mención en Historia. Siguió estudiando y logró obtener otros post títulos.
En 1994 los supuestos restos de Daniel Gutiérrez Ayala fueron entregados a su familia. Correspondían a personas exhumadas del Patio 29 del Cementerio General, lugar donde se ocultaron cuerpos de detenidos-desaparecidos. Ante la evidencia, la familia decidió confesar la verdad a los padres. Y acudieron al Instituto Médico Legal en Santiago.
“Mi padre miraba el pequeño ataúd y decía: ‘¿Ahí está mi hijo?’, después se desmayó”, recuerda Rita.
Posteriormente se supo que se habían cometido errores en la identificación de los restos. Daniel volvió a desaparecer. La familia debió soportar un nuevo dolor.
Hasta hoy Daniel sigue perdido en la bruma de la represión y el odio y difícilmente volverá a Villa Alegre.
Esa tarde regresé a casa abrumado por la lluvia y la historia del joven integrante del GAP. Las palabras de sus hermanas resuenan aún en mi memoria: “no hemos tenido verdad y menos justicia”.
En mayo de 2018 el Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago Miguel Vázquez condenó a siete oficiales en retiro por los delitos de secuestro y homicidio de 23 colaboradores del presidente Salvador Allende detenidos en La Moneda.
*Diario Cauquenes - 23 de febrero de 2021