ADIOS COMANDANTE ERNESTO GALAZ
Mis palabras expresan los sentimientos de todos los compañeros del Comandante Galaz que compartimos con él las vicisitudes del 73.
Una tarde de abril de 1978, el Comandante Galaz y yo emprendíamos juntos el vuelo al exilio, dejando atrás nuestro quinto año de cárcel. Éramos los últimos aviadores en abandonar la prisión, condenados en el proceso de la Fuerza Aérea en contra de los oficiales y suboficiales constitucionalistas.
El Comandante Galaz, Ernesto, se constituyó en un pilar de aliento en las horas de desesperanza que abatían nuestras celdas; en un líder cuando se trataba de defender nuestros precarios derechos de prisioneros, en un erudito cuando nuestras mentes buscaban explicaciones y salidas.
Animaba las horas de “desencierro” con juvenil entusiasmo deportivo, ¡no exento de vehemencia! como era su carácter; y animaba las tertulias de las horas de encierro con su mente ágil y aguda. Prisionero de la primera hora, la dura represión de que fue objeto no doblegó su espíritu de lucha, mismo que lo acompañó al exilio, que lo animó de regreso a la Patria y que se constituyó en su motivo de vida, espíritu que solo amainó cuando la enfermedad atenuó sus ímpetus.
Su voz justiciera y sus fundadas denuncias de las injusticias sufridas por él y los suyos nunca fue acallada. No hubo para él obstáculos que fueran insuperables ni metas a las que no se pudiera aspirar, por lejanas que éstas parecieran. Fue así como, cerradas las instancias nacionales a sus legítimos requerimientos de justicia y reparación, su voz firme y serena fue escuchada con atención en la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
La claridad de sus planteamientos y lo irrefutable de sus argumentos lograron –junto a la solidez jurídica de sus abogados– obtener lo que su país le había negado: justicia y reparación.
Quedan todavía algunas batallas inconclusas, pero lo alcanzado por el Comandante Galaz en su incansable cruzada es un hito en la historia jurídica de Chile, de sus tribunales, del Congreso y de la propia Fuerza Aérea.
No solo coincidimos con Ernesto en nuestro vuelo hacia la libertad ese ya lejano día de abril. Hubo otro acontecimiento que nos hermanó: fue la condena a muerte dictada por el Consejo de Guerra de la Fuerza Aérea para juzgar los actos de traición de los que se nos acusaba. ¡Pocas situaciones pueden poner a prueba al espíritu humano como la inminencia del propio fin! (Porque en aquella época las condenas de tribunales militares no eran un juego, se dictaban para cumplirse y ese era nuestro caso).
Fuimos cuatro los sentenciados a la pena máxima: a nosotros se agregaban el Sargento Belarmino Constanzo y don Carlos Lazo. (Con la partida de Ernesto me constituyo en el último sobreviviente de ese fatídico cuarteto) Estuvimos diez días “en capilla”, aislados en el patio Siberia de la Penitenciaría, visitados esporádicamente por un capellán de Prisiones, mientras en un patio interior el pelotón de fusilamiento –formado por gendarmes de distintos presidios– practicaba su macabro rito.
Puedo dar fe de la entereza de mis compañeros, sobresaliendo el carácter enérgico de Ernesto, siempre animando y compartiendo iniciativas que nos pudieran salvar de nuestro fatal destino. A algunos nos animaba la Fe, a Ernesto su sólida convicción humanista.
Finalmente la contundente y efectiva acción de las Iglesias y la solidaridad internacional consiguieron que nuestras sentencias a muerte fueran cambiadas por 30 años de presidio militar.
Traigo a colación estos recuerdos no para agitar sentimientos negativos –creo seriamente en la reconciliación como eficaz camino a la paz– sino para destacar las vivencias extremas de un hombre cuyo temple de militar y de demócrata le permitieron enfrentar durísimas pruebas sin quebrar su voluntad ni espíritu.
Hoy estamos despidiendo a un soldado que dedicó su vida al servicio de su Patria; a un Hombre que sacrificó honores y privilegios por honrar sus principios sociales y republicanos; un luchador que no cejó en la búsqueda de justicia y reparación; un esposo abnegado y un padre que lega un ejemplo de grandeza y humanidad a sus hijos; y un aviador cuya estatura moral nos enorgullece.
Comandante de Grupo Ernesto Galaz Guzmán, tras las huellas del General Bachelet, del Comandante Castillo, del Sargento Constanzo y de nuestros compañeros aviadores que te precedieron en el Vuelo Final
DESCANSA EN PAZ
Raúl Vegara Meneses
Capitán FACH (R)