ASUMIR EL VALOR HISTÓRICO DE LOS DERECHOS HUMANOS
Asumir el valor histórico de los Derechos Humanos
Aunque tras la dictadura fue restablecida la democracia, aún están presentes huellas persistentes de conductas vejatorias de la dignidad del ser humano y se repiten crímenes inadmisibles, como el homicidio del comunero mapuche Camilo Catrillanca, por un comando policial de contrainsurgencia que insiste en actuar con procedimientos de una guerra de ocupación que no existe. En la democracia chilena sobrevive esa rémora vergonzosa, que representa un pasado de abusos y violaciones a los Derechos Humanos que nunca debiera volver y que, en forma lamentable, se ha constituido en una realidad que la autoridad competente se ve incapaz de frenar y sancionar como corresponde.
Arribamos a un nuevo 10 de diciembre, día consagrado por Naciones Unidas, desde 1948, a honrar el compromiso de la civilización con los Derechos Humanos, asumido en el actual sistema internacional, en los estados y gobiernos, alianzas estratégicas y partidos políticos, credos religiosos, organizaciones sociales y de la cultura que consideran que el ser humano es la base esencial de la vida social.
En miles de años su avance fue dificultoso. A la humanidad le ha costado toda una época de la civilización –que no ha concluido– la superación del poder absoluto, proceso que fue dejando atrás reinados brutalmente despóticos y el despilfarro de reyes y monarcas con sus cortes insaciables. En un inicio se avanzó con los primeros esbozos de lo que hoy es el principio de legalidad y luego por la paulatina formación de un sistema de gobierno representativo.
Por ello, este ideal humano ya se manifestó en Babilonia, como lo enseña el Código de Hammurabi (18 siglos antes de Cristo), más tarde estos valores se enunciaron en la antigua Grecia e impactaron el Derecho Romano, después estuvieron presentes en la Carta Magna hasta ser proclamados con pasión por la Revolución Francesa y su Declaración por los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la que conmovió a la humanidad de entonces.
Asimismo, hay ejecutores directos de crímenes de lesa humanidad, recluidos en Punta Peuco, que deben enfrentar la justicia y, sin reconocer ni arrepentirse e incluso ofendiendo a sus víctimas, dicen recibir tratos inhumanos y degradantes. Es paradójico que quienes destrozaron los derechos fundamentales de tantas familias y personas usando su condición de agentes del Estado, pidan ser respetados y no respeten, pero aún así tienen las garantías que entrega un régimen democrático que siempre desconocieron.
Desde sus inicios, en el siglo XVIII, el movimiento socialista fue parte de esta aspiración de la humanidad, que promovió que los Derechos Humanos fuesen respetados como una necesidad social, política y moral esencial y una obligación de los Estados en los diferentes países, y luchó para que ello se materializara abriendo paso a gobiernos capaces de representar con lealtad y consecuencia ese anhelo civilizacional en la vida cotidiana de hombres, mujeres y jóvenes.
La Revolución Rusa al derribar siglos de oscurantismo zarista marcó toda una época en este esfuerzo civilizacional, su consigna de “todo el poder a los soviets” radicalizó las opciones. En medio de la catástrofe generada por la guerra, una crisis estatal sin precedentes y sin solución, se levantó la idea de que la unión en las comunas, industrias y unidades militares, de las organizaciones de base, se debía constituir en una nueva y plena expresión de la democracia.
Sin embargo, siglos de embrutecimiento por la ignorancia y la estrecha base económica de Rusia en ese periodo, las penurias irreparables de la Guerra Mundial, del cerco imperialista y de la guerra civil, la ausencia de normas y tradición democráticas y la militarización del país, condujeron a la centralización absoluta de la toma de decisiones y el cierre de los espacios de participación, ocupando ese lugar las aberraciones estalinistas que terminaron negando la democracia y destruyendo el socialismo.
Como de los horrores parece que la humanidad no se libera nunca, desde el término de la Primera Guerra Mundial, en los años 20, se comenzó a instalar y llegó a ser dominante la ideología del revanchismo nazi, cuyo cuerpo principal de "ideas" fue el delirio imperial y racista que impondrían por un milenio su supremacía planetaria.
En pocos años, la expansión del nazifascismo, lo que parecía ser sólo delirantes afanes de gobernantes afiebrados pasó a ser una horrorosa realidad, ya que, sostenidos por una agresiva industria armamentista y la codicia irrefrenable que genera la voluntad de usurpar la riqueza ajena, precipitaron una nueva confrontación, la más devastadora de la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial.
La pérdida de 60 millones de seres humanos costó el demencial intento de establecer un imperio racial. Tras ese propósito expansionista los Derechos Humanos se aniquilaron como nunca antes. El Holocausto sobre el pueblo judío y las comunidades de gitanos, los campos de concentración para el aniquilamiento de los combatientes antifascistas y el trabajo forzado de los prisioneros de guerra, así como el padecimiento de la población civil por los bombardeos inclementes y los crueles atropellos sufridos en las ciudades ocupadas, cuya gente quedaba indefensa ante tropas sin control y sedientas de venganza.
Por ello, se formuló en París, en 1946, para luego ser suscrita en 1948 y se hizo parte fundamental de la comunidad internacional, la Declaración de los Derechos Humanos, que conmemora 70 años al servicio de la humanidad, aún cuando queda mucho por avanzar para que sus principios sean una auténtica realidad de los estados y la cultura universal.
En Chile, los fundadores de la nación, como la mayor parte de los patriotas de las Américas, fueron animados por los ideales emancipadores de su formación en Europa, incluidas las logias secretas que los agruparon e incitaron en sus planes de liberación y, entre otras decisiones, abolieron la esclavitud, los títulos nobiliarios e impulsaron la educación y la formación técnica creando escuelas y universidades.
Ese legado fundamental para la cohesión social de la nación fue devastado por el militarismo dictatorial que impuso el pinochetismo, desde la quema de libros hasta la privatización de la enseñanza. Como eran respaldados solo por una minoría rapaz, recurrieron a una cruel violación de los Derechos Humanos para aferrarse al poder.
Aunque fue restablecida la democracia, aún están presentes huellas persistentes de conductas vejatorias de la dignidad del ser humano y se repiten crímenes inadmisibles, como el homicidio del comunero mapuche Camilo Catrillanca, por un comando policial de contrainsurgencia que insiste en actuar con procedimientos de una guerra de ocupación que no existe.
En la democracia chilena sobrevive esa rémora vergonzosa, que representa un pasado de abusos y violaciones a los Derechos Humanos que nunca debiera volver y que, en forma lamentable, se ha constituido en una realidad que la autoridad competente se ve incapaz de frenar y sancionar como corresponde.
Esa estrategia de confrontación policial induce el inevitable uso de la mentira, comprobándose que ha llegado hasta altos mandos que han pasado a retiro, en un estéril afán de ocultar hechos deleznables y a responsables de conductas inaceptables, lo que confirma que ese no es el camino que se debe seguir en democracia, como ya se ha demostrado tantas veces.
La idea de Orden de este Gobierno se contrapuso con la realidad, ya que pretendió resolver los derechos históricos de un pueblo indígena, como el pueblo mapuche, con una fuerza militar de ocupación. Mientras más insiste en ello, más desorden crea en la región su propia política. Ese es su error garrafal. En el siglo XXI, con los medios técnicos y las comunicaciones disponibles, es imposible siquiera pensar repetir una "guerra interna", como fue la pacificación de La Araucanía.
Asimismo, hay ejecutores directos de crímenes de lesa humanidad, recluidos en Punta Peuco, que deben enfrentar la justicia y, sin reconocer ni arrepentirse e incluso ofendiendo a sus víctimas, dicen recibir tratos inhumanos y degradantes. Es paradójico que quienes destrozaron los derechos fundamentales de tantas familias y personas usando su condición de agentes del Estado, pidan ser respetados y no respeten, pero aún así tienen las garantías que entrega un régimen democrático que siempre desconocieron.
Qué gran lección, que no se olvide nunca, que los Derechos Humanos son inviolables, universales y permanentes, porque, al ser consagrados en la conducta de cada día, en especial de quienes disponen del uso de la fuerza, se garantizará que no ocurran crímenes que son irreparables y haya crueles ejecutores de lo que nunca debió ocurrir.
* El Mostrador - Camilo Escalona