EN LA LUCHA CONTRA PIÑERA, LOS PORTUARIOS MARCAN EL CAMINO AL CONJUNTO DE LA IZQUIERDA
En la lucha contra Piñera, los portuarios marcan el camino al conjunto de la izquierda
El movimiento portuario, pequeño en sus orígenes y magnitud, tras tres semanas de terca lucha ha logrado imponerse en el escenario político nacional con inusitada fuerza. Se trata de la movilización de los eventuales de Valparaíso agrupados en Fuerza Portuaria cuyos voceros son los compañeros Waldo Acevedo y Pablo Klimpell. Han enfrentado al Gobierno, quebrado la voluntad de las autoridades regionales paniaguadas de los Von Appen y esperan abatir a TPS en una lucha que ha logrado expresar las fortalezas y debilidades del movimiento obrero chileno hoy.
Lo que hace distintivo a este movimiento es aquello que caracteriza a la crisis del régimen la que ha dado un salto sustancial en un proceso que se inició en agosto con la emergencia sanitaria de la zona de sacrificio de Quintero Puchuncaví y que se rubricó con el asesinato –hasta ahora sin esclarecer- del dirigente de los pescadores Alejandro Castro. Sin solución de continuidad, el asesinato a manos del Comando Jungla, del comunero mapuche Camilo Catrillanca -un evidente acto de terrorismo de Estado- ha terminado por quebrar el delicado equilibrio político sobre el que se apoyaba el Gobierno desde su instalación en marzo.
Este quiebre en la situación política puso de manifiesto que la irritante perorata piñerista en cuanto a que su triunfo electoral frente a Guillier -¿alguien se acuerda de Guillier?- en diciembre pasado, había sido aplastante y de relevancia histórica, que tal triunfo electoral planteaba la necesidad de que la Derecha se prepare para gobernar por a lo menos los próximos 8 años, etc., es sólo eso: propaganda. Y como como ocurre con la propaganda y con la fanfarronería, se habla, se fanfarronea con aquello que no se tiene. Este aserto psicoanalítico, permite comprender también este grueso proceso político y social.
Desde el pasado miércoles 14 de octubre, de forma explosiva, distintos sectores principalmente autoconvocados han salido masivamente a rechazar al Gobierno. La primera semana permitió que en los barrios, lugares de trabajo y estudio, en las calles y plazas de todo el país, miles y miles salieran a repudiar este crimen exigiendo la salida del Vice-Presidente Chadwick, del Intendente Mayol y el cese de la ocupación militar del Wallmapu. Durante ese mismo período el Gobierno inicialmente respaldó a Carabineros justificando el crimen por cuanto Catrillanca era un delincuente y terrorista.
Sabemos cómo evolucionaron vertiginosamente los hechos. El Intendente de la Araucanía hubo de renunciar a su cargo, fueron removidas las autoridades de Carabineros en la zona, dados de baja los Comandos de FFEE de Carabineros. El Gobierno se vio obligado a querellarse en contra de los asesinos instando por su formalización como autores de homicidio y requiriendo su prisión preventiva.
El régimen comienza a quebrarse perdiendo su capacidad de homogeneizar a la burguesía y contener a las masas movilizadas. Esto es una tendencia creciente, impulsada por la situación política internacional, y en modo alguno puede interpretarse como la apertura inminente de una situación revolucionaria. Sin embargo, su dinámica persistente desde la fase final del segundo Gobierno de Bachelet, reactivada ahora bajo Piñera, da cuenta de un cuadro de polarización que anticipa nuevos enfrentamientos y que tiene a los trabajadores sin ningún tipo de dirección política.
Hemos analizado este problema en reiteradas oportunidades y el escenario político no hace sino complejizarse. La formación de una dirección, de un referente que aglutine y convoque, que proyecte la movilización, que se oponga a la ofensiva piñerista, es una necesidad acuciante. Las direcciones políticas de la izquierda chilena han abandonado la lucha de clases y se han retirado al accionar institucional. De ellas podemos esperar acusaciones constitucionales, interpelaciones a los Ministros de Estado, Comisiones Investigadoras, recursos ante el Tribunal Constitucional, pero ninguna acción tendiente a movilizar contra el régimen, a sacudir al Gobierno de Piñera, a que los trabajadores tomen en sus propias manos la solución de sus problemas.
En efecto, la polarización, que hace desaparecer del imaginario los lugares comunes del llamado Consenso de Washington y su gastado posmodernismo neoliberal, está construyendo en la Derecha el neoconservadurismo y el neofascismo como respuesta concreta a la crisis. En la derecha es la hora de Trump, de Bolsonaro, de Vox y en Chile de Acción Republicana y Kast.
Sin embargo, del lado de los trabajadores, mientras se desintegra escandalosamente el Socialismo del Siglo XXI de Chávez, Lula, Correa y Kirchner, no aparece en el escenario político una alternativa que ocupe el vacío dejado por las anteriores direcciones. Por el contrario, los dirigentes de la llamada izquierda multicolor Syriza, Podemos, Corbyn y en Chile, el conglomerado del Frente Amplio, no logran dar expresión política a la militancia de izquierda y los trabajadores. De hecho es en las filas de las organizaciones tradicionales de la izquierda (PS, PC) y en el propio Frente Amplio, en donde se encuentra el activismo, prisionero de concepciones electoralistas y democratizantes.
El escenario político, planteado de esta forma, nos conduce inevitablemente a nuevas derrotas de no mediar un avance en la formación de una dirección para la lucha. Cuatro ideas centrales deben ser puestas en la discusión de la izquierda: la lucha contra la represión, la defensa del derecho a rebelión, el trabajo sobre los aparatos represivos y la reivindicación del carácter obrero, socialista y antiimperialista del proceso político en curso.
Abordar estas cuestiones, construir una nueva dirección política, supone tomar la iniciativa y salir a la lucha. No basta con interpretar la realidad, debemos transformarla.
Un primer aspecto, inevitable, es caracterizar la oleada represiva impulsada desde el Gobierno y las organizaciones patronales. Asistimos al surgimiento de prácticas represivas selectivas y de carácter terrorista que comienzan a tomar cuerpo de política de Estado.
La muerte de Juan Pablo Jiménez en febrero del 2013, de Macarena Valdés bajo Bachelet en agosto de 2016, han estado presentes en la situación de los trabajadores. Sin embargo, la muerte de Alejandro Castro el 4 de octubre recién pasado, de Camilo Catrillanca el 14 de noviembre y la reciente muerte, este 9 de diciembre, de Alex Muñoz, activista sindical de la Planta Paneles Arauco de Teno, no resultan accidentales. Hay una manifiesta mecánica represiva, una muerte al mes, que persigue a los activistas y les da muerte con la finalidad de contener los movimientos sociales. Patotas de la seguridad privada, agentes policiales y servicios de inteligencia –con mayor o menor cobertura legal- actúan objetivamente desarrollando una común acción represiva que marca una tendencia.
Frente a ella la respuesta es la movilización, la única causa en la que hay responsables tras las rejas es en el caso de Camilo Catrillanca porque su crimen despertó una poderosa movilización de alcance nacional, lo que hace evidente que la forma de enfrentar a los aparatos represivos es luchando desde los frentes de masas y politizando todo reclamo frente a la represión. Piñera tiene sus manos manchadas con sangre, su Gobierno es un gobierno asesino y los rasgos de “pinochetización” que se observan, lejos de ser accidentales o de coyuntura, marcan de manera sustancial al régimen en su conjunto.
En una segunda perspectiva o aspecto, de la misma forma como resulta necesario poner de relieve la ofensiva represiva patronal, es igualmente imprescindible reivindicar la acción directa de masas, la movilización, la auténtica violencia revolucionaria, como el espacio definitorio del conflicto social. La nueva dirección política de los trabajadores debe poner en el centro –para usar la nomenclatura de El Mercurio- de que es “la calle”, no “la cocina” de Zaldívar, la que manda. Esta cuestión no es irrelevante. Como hemos señalado más arriba, los dirigentes de la izquierda comprometidos -como están- con la institucionalidad, perpetran el más pernicioso daño al movimiento de los trabajadores negándose a hacer política para el movimiento en su conjunto. Al negarse trabajan contra él.
Las dietas fabulosas de los parlamentarios son una forma de control político y de disciplina social. No interesa la moralidad del parlamentario, lo realmente importante es que el parlamento, única expresión aparente de la voluntad popular en términos de democracia burguesa, es una institución creada para acabar con la voluntad de la mayoría nacional y someterla a la voluntad política de la minoría explotadora. La corrupción de los partidos del régimen, la tutela del Tribunal Constitucional como tercera cámara, son en definitiva accesorios a este papel de clase desempeñado por el Congreso Nacional. Puestas las cosas de esta forma, la única función válida que puede desempeñar un parlamentario que se reclame de los trabajadores o que al menos se reivindique democrático, es combatir desde su interior a esta institucionalidad.
Este combate no puede ser mera irreverencia o rebeldía, es necesario que se traduzca en ponerse al servicio de las movilizaciones y actuar como elemento disruptivo de los consensos políticos que sustentan al régimen. Una pequeña muestra de lo expresado se puede observar en el bochornoso capítulo protagonizado por Boric con motivo de su reunión con Palma Salamanca en Francia hace un par de meses. El parlamentario fue interpelado por el pinochetismo y cuestionadas sus credenciales democráticas –el entusiasmo de Kast llegó a pedirle al Tribunal Constitucional sus destitución- en razón de tal reunión. En este escenario, ideal para contraatacar al pinochetismo, reivindicar la lucha antidictatorial y al propio Palma Salamanca como uno de sus más destacados exponentes, lo que hizo el autonomista Boric fue exactamente lo contrario: se enredó en explicaciones insulsas sobre lo inocuo de su reunión y terminó condenando el atentado a Jaime Guzmán, un genocida y criminal de masas que en cualquier país democrático hubiese terminado sus días ahorcado en una plaza pública, junto a Pinochet.
Este papel de anestésico social, disciplinador, es aquello que inoculan los dirigentes de la izquierda al movimiento social, abriendo expectativas respecto de la institucionalidad, expectativas que ellos mejor que nadie, saben que carecen de todo fundamento.
Es importante dejar en claro que no rechazamos infantilmente el accionar parlamentario, tal accionar puede servir al desarrollo de las movilizaciones y afirmar la voluntad de lucha de los explotados, pero ello a condición de que el espacio parlamentario sea utilizado como un altavoz, como una trinchera en la lucha. Esto es, todo lo contrario a lo que hacen los “capitanes” de la izquierda quienes postrados de rodillas ante la Constitución de Pinochet, hacen aspaviento de su compromiso democrático, de lo intangible de sus principios morales, cuando en realidad lo único que les preocupa es su propia carrera como políticos profesionales y llaman a eso “acumular fuerza”.
Derrotar el cretinismo parlamentario –escribimos estas líneas luego de escuchar la penosa interpelación a Chadwick- supone reivindicar sin ningún límite la acción directa y la movilización de masas, reivindicar contra la violencia institucionalizada de los patrones, la violencia revolucionaria de los trabajadores, cuestión que hoy día en concreto se traduce en trabajar por la unificación de los conflictos y su proyección política por el poder. Mientras la derecha del régimen reivindica abiertamente a sus FFAA, a Carabineros y al conjunto de su aparato represivo, es imprescindible que la nueva dirección de la izquierda haga lo propio reivindicando su propia fuerza movilizadora porque los antagonismos de clase no se resuelven, no se han resuelto jamás ni se resolverán, por la vía del diálogo.
En tercer lugar, una izquierda con vocación de poder debe desplegar una lucha concreta en contra del aparato represivo del Estado. No alcanza con la denuncia, ni con la reivindicación de la capacidad de lucha de los explotados, es necesario disputar todo espacio de poder. Las FFAA, Carabineros, el propio Poder Judicial, son órganos que están atravesados por las mismas contradicciones que el conjunto de la sociedad. En ese sentido es importante ofrecer un camino a la tropa del Ejército, la Armada y Carabineros, un camino que responda a la crisis que viven estas instituciones y que responda a las necesidades populares. La democratización del aparato represivo burgués sólo será posible en cuanto la ruptura de la verticalidad del mando esté condicionada por la defensa de los intereses de los explotados y de la mayoría nacional.
Hoy día la corrupción de los institutos armados expresada en el compromiso con bandas de narcotraficantes, en el saqueo multimillonario al erario nacional al amparo de la impunidad y la ley secreta del Cobre y los cotidianos abusos que permite el poder y el uso legal de armas, plantea necesariamente la disolución de tales instituciones, de su oficialidad y su reemplazo por organismos que se sometan a la voluntad de la mayoría nacional explotada. Hay tropa democrática que ve con repulsa la corrupción y que está dispuesta a romper este orden de cosas.
No será de la noche a la mañana, pero si la izquierda revolucionaria pretende el poder, es necesario que dialogue permanentemente con estos sectores. La destrucción del aparato represivo burgués en buena medida es una lucha por ganar ese aparato para la revolución, la experiencia histórica nos demuestra que toda revolución requiere resolver esta cuestión, porque en ello se define el poder. Esta discusión, por la preponderancia reformista en la izquierda no está en el debate político y es necesario que se ponga sobre la mesa, hacer lo contrario nos lleva a septiembre de 1973.
Finalmente, compañeros, la defensa de los DDHH, la lucha por el poder y la reivindicación de un camino de movilización, sólo pueden ser contenidas desde una perspectiva programática obrera y socialista. El capitalismo fracasa en todo el mundo, Chile es una manifestación particular, nacional de ese fracaso completo. La propiedad privada de los medios de producción –más allá de los alegatos en defensa del emprendimiento- ha demostrado ser incapaz de dar respuesta a los grandes problemas nacionales. La propiedad privada no produce riqueza, como gustan decir sus apologistas, al contrario, lanza a millones de trabajadores a la cesantía o los sostiene con sueldos miserables y en la más completa de las precariedades.
La revolución socialista es la respuesta al conjunto de los problemas nacionales y es el lugar desde donde debe agruparse la militancia de izquierda. Son los trabajadores, por su ubicación en el proceso productivo, aquellos que tienen la capacidad de hegemonizar e interpretar a los diversos sectores sociales atacados por el gran capital. Tal hegemonía permite a los trabajadores liderar el proceso de emancipación social. Estas definiciones abstractas deben cobrar vida en el debate político contingente.
Los dirigentes de la izquierda, los Elizalde, Teillier, los Jackson, Boric y cía, desde distintas posiciones se preparan para repartirse la torta del poder y para ello han trazado un camino, el institucional. Se sabe qué quieren y por qué lo quieren, no hay sorpresas en su conducta. La monserga ciudadanista, de una “sociedad de derechos”, una visión “alegre” del conflicto social, es cuando mucho un taparrabos de su posición de clase. Roxana Miranda lo dijo con claridad hace un tiempo, aunque ella se refería exclusivamente a los dirigentes del Frente Amplio: son los cachorros de la oligarquía. No podemos esperar que la dirección de los trabajadores emerja política y socialmente fuera de los explotados, es la izquierda, la militancia que batalla día a día en sus organismos de base, sindicatos, centros de alumnos y las diversas agrupaciones que el proceso social ha ido creando, la que debe tomar como propia esta responsabilidad.
Es en este punto que los portuarios marcan el camino. Aún desde la precariedad laboral más absoluta, desde la debilidad de sus propias organizaciones originales –copadas por la burocracia- y en un entorno sin mayores referentes obreros, un pequeño agrupamiento de base, con influencia de apenas varios centenares de compañeros supo definir un objetivo, la lucha en contra de la precariedad de los eventuales, se planteó tareas inmediatas de gran impacto político, la paralización del puerto de Valparaíso y tras este movimiento agrupar a los trabajadores portuarios de todo el país.
No sabemos cuál será el desenlace de esta lucha, sabemos que debemos apoyar su movilización valiéndonos de todas nuestras fuerzas. Pero esta movilización ha sabido enfrentar a las FFEE en la calle poniéndolos a raya, ha logrado quebrar el frente patronal poniendo al Gobierno de un lado y a TPS (Von Appen) del otro, ha ocupado todos los espacios institucionales de que dispone y los ha puesto al servicio de su movilización. Un movimiento cimentado en su asamblea, con vocerías que expresan la voluntad del movimiento, es un movimiento proletario como aquellos que hicieron grande al movimiento obrero chileno en los tiempos de Luis Emilio Recabarren.
Debemos apoyar el movimiento de los estibadores eventuales, pero particularmente debemos aprender de él. La construcción de una nueva dirección política de los trabajadores, una dirección de combate, socialista y obrera, será el resultado del accionar de millones en contra del régimen capitalista y de la capacidad de su militancia de apoderarse de sus experiencias de lucha con orgullo de clase.
Porque los trabajadores son el futuro, en las manos de los obreros que construyen y han construido cada centímetro de este país está ese futuro. Con Camilo Catrillanca y en su memoria, junto a la de los miles que han caído en la lucha por la emancipación social, la clase trabajadora emerge en el escenario de la crisis social en curso como la única con capacidad de resolución. Somos la militancia de izquierda sobre quien recae la responsabilidad de escribir esa historia, de contribuir a protagonizarla y de sepultar al reformismo.
* El Porteño - Gustavo Burgos