Germán Correa: “El Partido Socialista se ha convertido en un mercadeo político”
El histórico dirigente del PS está a punto de cumplir 80 años, pero tiene mejor estado físico que cualquier correligionario. Sube y baja escaleras corriendo y, por estos días, ha volcado sus energías en reuniones del Movimiento por la Recuperación Socialista, la disidencia al actual presidente Álvaro Elizalde. En esta entrevista con The Clinic, afirma que, entre otras razones, salió de sus cuarteles de invierno por una preocupación ética y de convivencia en el partido. “La actual dirigencia es autoritaria y amenazante”, afirma.
Germán Correa nació en Ovalle, en 1939, el año que comenzó la Segunda Guerra Mundial. Estudió en la escuela y liceo públicos del pueblo, estudió Sociología en la Universidad de Chile y cursó el doctorado en la Universidad de California, en Berkeley. Trabajó en el gobierno de Salvador Allende y durante la dictadura militar sobrevivió haciendo consultorías para importantes organismos internacionales (Cepal, BID, BM), mientras continuaba con las tareas partidarias en medio de la dura represión política. Presidió el Partido Socialista en la década de los 90 y fue ministro bajo los gobiernos de Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle y asumió tareas gubernamentales en los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. Aún es director de la Empresa de Ferrocarriles, que dirigió entre 2016 y 2018.
Este Forrest Gump de la política chilena, estuvo alejado de la vida partidaria varios años, pero reemergió ahora como uno de los puntales de la candidatura de Maya Fernández, quien desafía a Álvaro Elizalde, el presidente de la colectividad de los ex Presidentes Allende, Lagos y Bachelet.
Para volver, ¿te tuviste que refichar como militante (por los cambios en la ley de partidos)?
-Sí, pero no lo hice sino hasta el Congreso del partido, que se realizó en enero de este año. Me sentía tremendamente distante, sobre todo de las dos últimas direcciones, de Isabel Allende y de Elizalde. No participaba, pero, con ocasión del Congreso y de la situación de deterioro tan seria que vive el Partido, alguna gente me empezó a llamar, de distintas partes del país y de diferentes tendencias, pidiéndome que hiciera algo. Uno de los que me contactó, fue Jaime Fuentealba, el compañero que murió en el contexto del Congreso (de un ataque cardíaco). Yo mismo tenía una inquietud hacía rato, ética, con ocasión de lo que pasó con el Alcalde de San Ramón (Miguel Ángel Aguilera, expulsado del PS tras un reportaje que reveló que personas vinculadas con el narcotráfico trabajaban en su alcaldía), esos vínculos extraños con sectores del narcotráfico, de militantes que eran sus clientes de la municipalidad, que no tenían ninguna adhesión al Partido, pero que los mete para controlarlo. Él administra muchos votos y, aún ahora, los sigue digitando desde afuera.
¿Aunque ya no milita?
-Sí, porque esa gente que él metió sigue dentro. Entonces, con toda seguridad él está negociando esos votos. Con el deterioro de las instituciones que se está produciendo, no sería raro que sectores del narcotráfico u otros busquen controlar partidos. Hemos visto, en muchas partes del mundo, cómo el narcotráfico penetra instituciones, al Estado, a los tribunales y los partidos son, evidentemente, un elemento importante. No se puede dejar que esto siga sucediendo y en lo que uno pueda hacer, poco o mucho, no sé, hay que hacerlo.
¿Participaste en el Congreso de enero como militante con plenos derechos?
-Curiosamente, había prohibición de que entráramos los que no estábamos refichados. El mismo día del Congreso me refiché y participé. De todos modos, a mí nadie me iba a impedir hablar. Además, como expresidente del Partido puedo ir al Comité Central con derecho a voz y así estuve en los últimos, que fueron bastante decisivos. Fui a defender la idea de realizar primarias para elegir Comités Centrales, candidato presidencial. Yo no tenía una preferencia por una persona en particular, sino por el mecanismo. Me convencí de su utilidad cuando hicimos las primarias Frei – Lagos en el año 93, que a mí me tocó organizar como presidente de partido.
¿Cómo fue esa primaria?
-La hicimos para salir del paso de una situación complicada, porque Lagos quería competir hasta diciembre y nosotros temíamos que eso fracturara a la Concertación. Estábamos saliendo del primer gobierno de transición, Pinochet era comandante en Jefe del Ejército y si nos dividíamos, existía el riesgo de que no tuviéramos un segundo gobierno. A Luis Maira y Jorge Schaulsohn, que eran Secretarios Generales del PS y el PPD, se les ocurrió la cosa de las primarias y a mí me gustó como camino de salida, pero lo que más me impactó fue el resultado. Nos conformábamos con que votaran los 150 mil militantes de todos los partidos, pero acudieron 600 mil personas ¡La gente hacía filas para votar, voluntariamente! Ahí me di cuenta de que el mecanismo era importante. Empecé a observar que los partidos, todos, cada vez miraban menos a la gente y más al poder en sí mismos. La primaria, dije en esos encuentros del Comité Central, es un elemento democratizador de los propios partidos. Advertí que si nominábamos a dedo (como ocurrió con la candidatura de Alejandro Guillier) íbamos a competir internamente y que esto iba a ser un desastre, pero no me escucharon.
NEOTERCERISTAS
Eso fue bajo la dirección de Elizalde, que es tercerista, la tendencia a la que perteneciste históricamente.
-Yo le llamo a ese grupo el “neotercerismo”, porque no lo reconozco como los terceristas de los cuales fui parte. El nombre de la tendencia surgió por accidente en una conversación que tuve con Clodomiro Almeyda. El título exacto debió haber sido “Institucionalistas” porque estábamos por defender la institucionalidad partidaria por sobre las facciones. Ese aporte político nos permitió responder a coyunturas muy difíciles, como apoyar el plebiscito (de 1988). Nos costó muchísimo, personalmente, internamente, fue difícil, doloroso, porque estábamos por una salida más radical, más profundamente democrática, pero, en política uno tiene que entender cuando las fuerzas no están de tu lado.
¿En qué consiste este neotercerismo?
-Yo creo que el tercerismo histórico hizo una contribución decisiva desde el PS Almeyda, primero a dar ese giro estratégico y a convencer a la militancia de eso. Tomamos la decisión de traer a Almeyda, desde el exilio, clandestino a Chile, que fue una operación muy linda, porque ninguno de nosotros era figura y él sí, pero, con el tiempo, como todas las cosas en política, se fue desgastando ¿Y qué fue pasando? Lo dije en un artículo que escribí en 1992, no porque sea sabio, sino porque soy sociólogo y he estudiado estos fenómenos. El artículo publicado en la revista Avance, del Centro Avance que era del PS, se titulaba: “De la utopía al mercadeo”. Es premonitorio, porque lo que se ha instalado, finalmente, como dinámica en la lógica de los partidos es el mercadeo: el mercado de los votos, el mercado del poder.
El mercado de los puestos de gobierno…
-Sí. Todo eso se transa con votos controlados por distintos grupos. Ya no importa el proyecto político. Además, los socialistas hemos sufrido varias transiciones, que son como para destruir a cualquiera. Primero, de la dictadura a la democracia y luego la de los socialismos reales, que se derrumbaron.
Se acabaron los referentes
-Siempre tuvimos críticas a la Unión Soviética, Afganistán, Hungría, Checoeslovaquia, pero, igual estábamos en ese mundo y todos lo criticábamos hacia dentro, porque hacerlo para afuera era “entregarle armas al imperialismo”, típicas cosas que dice la izquierda para no enfrentar sus problemas, incluso hoy. No se critica a Maduro, porque cómo le vamos a dar la razón a los yanquis. ¡No pues! Si el régimen se dice de izquierda y es malo, ¡Tienes que denunciarlo! Si atropella los derechos humanos, tienes que decirlo. No dejas de ser izquierdista por eso, sino que estás siendo consecuente. En derechos humanos, sobre todo, porque nosotros lo aprendimos en la dura. Si le toca a gente de tu lado, mala suerte no más, pero tienes que ser crítico, porque si no, te haces cómplice.
¿Te refieres a Venezuela en particular?
-A Venezuela y a regímenes como Nicaragua, que es un escándalo y está pasando piola. Yo fui muy pro Frente Sandinista. Trabajé en Nicaragua como consultor de Naciones Unidas. Conozco a varios de los comandantes, Sergio Ramírez, uno de los primeros disidentes, es amigo mío. Ya en el primer gobierno de (Daniel) Ortega hubo mucha corrupción ¡Ortega se quedó con la casa presidencial, que se la habían expropiado a un cafetalero! No creo en esa revolución, porque es una estafa . Pero volviendo al punto, lo que yo llamo “neotercerismo” es esclavo de estas dinámicas mercantiles que existen: el poder por el poder, el poder de agarrar gobernaciones, senaturías, donde tienen unos sueldos escandalosos en comparación con lo que ganan hoy los chilenos.
¿Y los sueldos de la dirigencia del PS no te parecen escandalosos?
-También, pues. No tienen por qué ser tan altos. Si un dirigente se dedica cien por ciento y no tiene otra pega, está bien, hay que financiarlo, pero no a ese nivel. Yo recuerdo que a mí, en tiempos de dictadura, el PS me ofreció pagar mis gastos, pero yo nunca quise que el partido me financiara. Toda mi vida, he vivido de consultorías internacionales. Ganaba buena plata, no para tener riquezas, sino que para tener la libertad. La autonomía de hacer, decir, pensar como diablos quiera y no estarle mirando la cara al dirigente que me dio la pega. Pero no es lo corriente. A la inversa, se han generado dependencias de mucha gente, sobre todo en un partido popular como es el nuestro. No voy a decir el nombre, pero un parlamentario nuestro, que era profesor pasó de ganar el sueldo de profe de la época, que serían trescientas lucas, a tres, cuatro millones, como diputado. Cuando el tipo perdió el escaño, la señora lo echó porque “no fue capaz” de mantener la diputación y el tren de vida al cual ya se habían acostumbrado. Marx tenía razón en eso: las condiciones materiales van determinando la forma en que piensas. Por esto, yo le llamo “neotercerismo” a la generación de terceristas que ya no se rigen por las coordenadas por las cuales nos regíamos nosotros. Hoy todo vale y al final es el arreglo personal lo más importante. Te pido el apoyo, tus votos, para postular como dirigente con el argumento de que yo te voy a apoyar después como candidato candidato a concejal, Core o parlamentario. Es decir, es una transacción.
Que aumenta de valor, si el partido gana el Gobierno.
-Claro. Y no solamente en el PS, también pasa en la UDI y en todos los partidos, que no lo confiesen, es otra cosa.“No tener domicilio conocido”, no adscribir a lotes, es castigado. Esto es pésimo para el país porque al final los que van a los cargos no necesariamente son los mejores. Los partidos se esmeran por poner a quienes les están pagando el favor de llevar algunos votos para quien sea el presidente, vicepresidente, miembro del Comité Central.
¿Y eso propicia fenómenos como el de Aguilera?
-Tú lo has dicho. Dejas el espacio, porque Aguilera sí, ciertamente, llevó mucha gente a inscribirse, mueve votos. Le movió muchos votos a Insulza cuando fue presidente del Regional Metropolitano, se los movió a Elizalde también. Eso no puede ser, no debe ser.
Te sumaste al Movimiento por la Recuperación Socialista ¿De qué se trata?
-Esto surge de todas estas conversaciones que se venían produciendo, muy transversales. Todos teníamos un sentimiento común, que había que rescatar al partido del fango en que se estaba hundiendo y empezamos a juntarnos, hasta que , a propósito de las elecciones, decidimos pasar de las palabras a la acción. Si no lo hacíamos, esto se quedaba en el pelambre. Con extraordinaria facilidad, mucho más de lo que yo pensaba, nos pusimos de acuerdo, sin condiciones previas, sin amarres, sin distribuirse el animal antes de faenarlo.
Isabel Allende dijo que este proyecto es de gente que no coincidió en el pasado y que no coincidirá en el futuro.
-Yo creo que ese es un discurso electorero, en el que nosotros, como lista, no tenemos que caer tampoco. Isabel sabe más que nadie que ella también fue producto de un pegoteo cuando formamos Las Grandes Alamedas. Yo estuve ahí, fui parte de esa tendencia y cuando la formamos era un grupo súper entretenido, precisamente, porque era un pegoteo. Veníamos de todos lados, había gente de la Nueva Izquierda, de la Megatendencia, del tercerismo, Arratistas. Era tan así que cuando nos juntábamos, dos tercios del tiempo lo pasábamos riéndonos de las disputas que habíamos tenido entre nosotros. Lo que nos unía eran ciertas críticas válidas en esos momentos a la conducción del partido, como sucede hoy con el Movimiento de Recuperación Socialista.
¿No hay desorden en esta diversidad?
-Fíjate, que hubiera aceptado ese planteamiento de Isabel si yo viera que es así, que llegan todos con cierto oportunismo, tratando de llevar agua a su molino. En ese caso, me hubiera ido. Yo no salí de donde estaba haciendo mis cosas tranquilo para venir a jugar en política. Pero la verdad es que la gente no está en esa. Creo que Isabel está equivocada.
DIRIGENCIA AMENAZANTE
Cuando se inscribió la lista de Maya Fernández, dijiste que hay autoritarismo y faltas a las normas de convivencia en la actual dirección ¿A qué te referías?
-A cosas concretas, a un estilo de conducción que yo definiría como amenazante y amenazador. Compañeros míos han recibido amenazas. Para la elección que ganó Álvaro Elizalde, a mí me convocaron algunos compañeros para pedirme que fuéramos en una lista: Alejandro Goic, Jaime Pérez de Arce y otros , y algunos de ellos fueron amenazados directamente por Elizalde.
¿Amenazados con qué?
-Con que si levantaban una lista, se las iban a ver con él. El problema es que eso no solamente eso degrada al amenazado, sino a quien amenaza , es romper una norma básica de respeto mutuo y convivencia. En el propio Congreso, en enero, pude observar una cosa que me pareció insólita. Por primera vez se sometió a votación la cuenta del presidente -que no fue cuenta, además, sino un discurso-.
Venían militantes, sobre todo de regiones, muy molestos con su gestión y pidieron que se votara la cuenta, cosa inaudita. En lo que llevo de militante, no recuerdo que se haya votado una cuenta.
¿Votarla en el sentido de aprobarla o rechazarla?
-Sí, generalmente, se acepta por consenso, aunque haya críticas. Pero, esta vez, no. Se votó y por lo menos un tercio de los congresales la rechazó, pero lo que a mí me molestó profundamente, fue que primero se pidió levantar la mano a quienes apoyaban la cuenta y cuando llegó el momento de levantar la mano a quienes votaban en contra, vi al presidente pasearse por los pasillos mirando fijamente, amenazadoramente, a la gente que tenía la mano alzada. Yo escuché a compañeros que estaban sentados al lado mío decirse uno a otro: “Ya no vas a poder ser candidato a concejal ¡Sonaste!” ¡A qué hemos llegado! Esta pérdida de convivencia a uno le despierta sentimientos extraños. Muchos de quienes vivimos la dictadura hemos comentado que de repente uno echa de menos el tipo de relación que teníamos en ese entonces. Teníamos diferencias y discutíamos duramente, pero nos apoyábamos y cuidábamos mutuamente, porque, en definitiva, tu vida estaba en manos de tu compañero.
¿Las diferencias políticas no llegaban a la enemistad?
-No. Eso es lo que se ha perdido y, además, se ha producido una deformación, que es parte del fenómeno de los partidos, no solo del PS: los jóvenes que se incorporan entran a militar en los lotes de poder, no en el Partido. Los dirigentes que reconocen son los del grupo. Inclusive, se les prohíbe relacionarse socialmente con quienes no son parte del lote, so pena de considerarlos traidores. ¡Eso no puede ser, porque dejamos de ser partido! Las tendencias siempre han existido, pero no son fijas, inmutables. Con Camilo Escalona, por ejemplo, hemos estado históricamente en distintas posturas políticas, pero siempre he defendido mi derecho a apoyar una proposición suya si me parece buena. Yo quiero tener siempre la posibilidad de acuerdo con otro, porque es un derecho ¡Es una libertad! Me opongo a los “ismos” y a los “istas”, pese a que fui del almeydismo. De hecho una vez Almeyda me reclamó y me exigió: “¡Estos son los momentos de ser almeydista!” y yo le respondí que nunca sería ista ni ismo, porque eso destruye a los partidos. Incluso una vez regañé a un compañero que se declaró “Correísta”. Le dije: “Si mañana me equivoco, me tienes que combatir”.
¿En qué están de acuerdo los que están participando en la lista disidente?
-Estamos por un partido que se repolitice y que tenga posiciones, que hoy no tiene, sobre los grandes temas que le preocupan a los chilenos: AFP’s, Isapres, modelo de desarrollo. Este cuentito del modelo neoliberal llegó a su agotamiento. Le ha permitido crecer al país, es cierto. Este país es distinto al del año 90, sin duda, pero los costos son tremendos. Nuestros pobres son menos pobres que antes, pero siguen siendo pobres y la desigualdad es terrible . Y hay muchos otros temas relativos al modelo de desarrollo que nos están dejando atrás en el mundo y quienes van a sufrir las consecuencias van a ser siempre los que menos tienen. Sobre esos temas, el Partido no está reflexionando ¿Qué significan el impacto de la robótica, de la automatización que ya está andando en el mundo? Hicimos una reforma educativa con Bachelet, que en realidad fue mirando un modelo educacional del pasado, no del futuro. El gran tema que quedó es la gratuidad, perfecto, pero ¿qué hicimos por la educación que se requiere para los nuevos desafíos productivos, los avances de la tecnología? El mismo tema este de Huawei, la G5.
Ya se le están pidiendo definiciones a Chile
-No sé qué habrá dicho Piñera, pero nosotros, los socialistas, no estamos aportando nada a esa reflexión, por citar un tema entre muchos. Segunda cosa, el PS tiene que estar inserto en los movimientos sociales. Dejamos de hacer trabajo territorial hace años. Antes ciudadanía y Partido éramos lo mismo. A mí como presidente del MDP (Movimiento Democrático Popular) me tocó acompañar, junto con otros dirigentes, a los mineros del cobre de Chuquicamata, en la segunda gran marcha del 86, cuando llegaron los milicos con ametralladoras punto 50 para que no bajáramos a Calama. Enfrentamos eso, con ametralladoras a 30 metros y estábamos con los tres mil trabajadores del cobre, no en Santiago enviando nuestra solidaridad por correo. Apoyábamos a las organizaciones de pobladores, de estudiantes. Era parte de la tarea diaria de todos nosotros. Esa comunión entre movimiento social y Partido que se ha perdido totalmente.
¿Cuándo se perdió?
-Yo diría que en los 90.
O sea, el PS aceptó la tesis de que ya estando en el gobierno, no era necesario seguir en la calle.
-En la práctica sí, así fue. Primero, nos fuimos volcando a las tareas del gobierno, que no eran menores, pero abandonamos las tareas sociales.
En ese continuo, Elizalde sería la última estación de un largo recorrido.
-Me acuerdo que una joven decía en el último en enero: “¿Por qué en los Congresos sacamos tan buenas resoluciones y después no se implementan?” A mí me salió del alma responderle: “¡Porque a los dirigentes no les importa!” Son otros sus intereses: estar en el Parlamento 30, 40 años, no perder el cupo. Por eso yo le llamo a esto “el mercadeo” en la política.
AUTOFLAGELANTE, Y A MUCHA HONRA
¿Cuáles son los temas que debieran preocupar al Partido Socialista?
-Fuimos bastante artífices en los gobiernos de la Concertación del crecimiento económico y el desarrollo que tuvo el país desde los años 90. Contribuimos a producir un cambio importante en la sociedad chilena, pero, la contrapartida, fue la desigualdad y los ricos no solamente son ricos, sino que actúan en lotes para expoliarnos. Una compañera me decía de manera muy brillante algo así: “Todo el día trabajo para estos tipos: estaciono el auto, y les tengo que pagar estacionamiento; voy al supermercado y me cuesta caro, porque están coludidos; paso a comprar un remedio para mi cabro chico y sé que los precios de las farmacias están arreglados”. Vas a comprar una tabla para reparar algo en tu casa y se la pagas al mismo grupo económico que te saca la mugre en salud, en la AFP. Esta desigualdad tremenda que existe produjo crecimiento, pero también concentración de la riqueza. El otro día me tocó ir a Lo Barnechea. No había ido nunca. Eso no es Chile. Aquí hay algo mal , porque al mismo tiempo viví 30 años en La Florida y cuando fui candidato a alcalde había sectores a los que podía entrar solamente si los dirigentes me llevaban. Había niños de 14, 15 años, paseándose con pistolas en la mano, de este volado, a las cuatro de la tarde. Poblaciones amuralladas, donde la gente está presa en sus propias casas por el tema del narco, de la delincuencia. Y te preguntas: ¿Esta es la sociedad que yo quiero? Si ese es el crecimiento que vamos a tener ¡al diablo el crecimiento! A ese costo social inmenso, no lo quiero.
Y la Concertación ¿qué responsabilidad tiene en eso?
-La tiene. Yo estuve en esa controversia que se planteó por ahí por el 96, 97
Entre autocomplacientes y los autoflagelantes
-Yo era, abiertamente, autoflagelante, y lo dije más de una vez: quienes tuvimos responsabilidades políticas tenemos que analizarnos y decir en qué estuvo uno o qué dejó de hacer. Genaro Arriagada escribió una columna en ese tiempo con la tesis de que en Chile se había acabado la transición y que venía la etapa de la modernización del país, capitalista, desde luego, y yo dije en la reunión que tuvimos con el Comité Político: “No estoy de acuerdo. Has tirado una tesis que nos compromete a todos, a una coalición de la que soy parte. Segundo, como gobierno no lo hemos discutido. Yo creo que la transición no se ha terminado, porque tenemos el tema de los derechos humanos irresuelto todavía y otras deudas sociales que no han terminado y, tercero, veamos de qué se trata esta modernización, porque a mí me gustaría que fuera una modernización donde los que menos tienen pasaran a tener más”. Ahí se planteó un pequeño debate, pero no pasó a más y, además, a los pocos meses salí volando del gobierno.
Una cosa es que hayamos tenido que mantener el modelo que heredamos por necesidad política y otra cosa es que nos entrara a gustar, que fue lo que discutimos una vez en el gabinete de Aylwin muy fuerte y muy a fondo, en una de las reuniones más dramáticas que yo recuerde.
¿Quiénes participaron de esa discusión?
-Todos los ministros. Aylwin llegó y dijo: “Yo sé que tenemos una tabla que tratar, pero quiero transmitirles algo: ustedes saben que los domingos paseo por el Cerro San Cristóbal -él hacía la subida y la bajada con su bastón y siempre lo acompañaba gente-. El domingo pasado íbamos subiendo y se acercó un señor muy pobre, que me abrazó muy emocionado y me dijo: “Presidente, quiero agradecerle todo lo que está haciendo y quería preguntarle: ¿Cuándo va a hacer algo por nosotros, los pobres?”. A Aylwin, contando esto, se le quebró la voz. Nosotros, imagínate, quedamos tiesos. Y dijo: “Olvidémonos de la tabla. Quiero que discutamos eso: ¿Estamos haciendo lo suficiente por los pobres?”
¿Qué concluyeron?
-Se generó un debate súper tenso. Partimos con el presidente emocionado. Todos fuimos muy francos en las posiciones que planteamos. Hablamos todos, los 20 ministros. Eso era lo bueno del gabinete de Aylwin: todos éramos políticos. La conclusión fue esta: “Si no somos responsables, las cosas se nos pueden descalabrar por el lado de la economía y esta es una transición frágil”. Yo creo que mucha gente, tal vez la gran mayoría de los chilenos, no sabe lo frágil que fue la transición, porque nosotros, para que no se vieran esas fragilidades, las echábamos para adentro. No podíamos decirle a la gente que Pinochet y los milicos nos pasaban por encima todos los días, tratando de hacernos sentir que estábamos de prestados y que en cualquier momento se acababa, que la cuestión era de ellos. Sentíamos que la recuperación de la democracia no se nos podía descalabrar por el lado económico, porque sino la gente iba a decir: “Estábamos mejor con Pinochet”. Si Pinochet tenía cierta razón cuando decía que la gente era mal agradecida, porque hacia fines de la dictadura se habían comenzado a notar signos de crecimiento. Y ¡Paf!, le llega el plebiscito. La conclusión de ese gabinete fue: “No podemos hacer todo lo que queremos”. Y hubo cosas que intentamos hacer y no pudimos, porque era mucha plata, por ejemplo, echar para atrás las privatizaciones. De hecho, René Abeliuk presentó un informe, pero el costo era inabordable.
Con el tema de la municipalización también. Bueno, además, ahí la convicción nunca fue tan fuerte porque los DC tenían colegios, hasta los socialistas tenían colegios.
¿A eso te refieres con la gente que se “entusiasmó” con el modelo?
-Gente que se empezó a incorporar a las posibilidades que permitía el modelo. Negocios, colegios, clínicas. Y aquí operan también distintos factores porque la Concertación era una alianza diversa. Tú no podías esperar que a los demócratascristianos les gustara el socialismo. Los Mapu y otros grupos venían de esa matriz. Se marxistizaron durante un tiempo, pero, después, cuando los marxismos fracasan, la cosa ya no parecía tan buena y hubo una suerte de reconversión, a la que se suma el socialismo renovado que viene de Europa y, nosotros los almeydistas, éramos los retrógradas, los retrasados.
En ese tiempo no se hablaba del modelo finlandés
-No, tampoco del caso de Nueva Zelandia. Al final el descuelgue fue tratar de humanizar un poco más todo esto. Así nacieron los eslóganes de la Concertación, crecimiento con equidad, pero que no subvierten el modelo de fondo. Este modelo que, además, insisto, comienza a tener éxito desde el punto de vista del crecimiento, por algo tuvimos cuatro gobiernos, es decir, la coalición más exitosa que se ha visto en América Latina.
Porque la economía funcionaba
-Porque la gente tenía empleo y podía comprarse sus cosas. Yo vi esa evolución en mi propio barrio, en La Florida. Mi vecino, un maestro chasquilla, que vivía al frente mío, primero se trasladaba en bici, después se compró una camioneta antigua y luego una nueva y a final sus hijos entraron a la universidad. Ese cambio existió, pero que hubo gente que se entusiasmó, se entusiasmó.
¿Qué sentido tiene, en ese escenario, ser socialista ?
-Ese es el gran tema. Podría parecer obsoleto, pero, yo creo que está plenamente justificado. Como socialista Almeyda, he pensado qué debimos haber hecho nosotros y creo que hicimos lo correcto para ese momento. Pero, también es cierto, no tuvimos la fuerza de contraponer a esa fuerte tendencia neoliberalizanteun proyecto político distinto.
Que no fuera la nostalgia de un pasado idealizado
-Que ya no fue y que había demostrado su fracaso, además, y sin tener reales alternativas que, hasta hoy, no están perfiladas, pero creo que el socialismo es válido, precisamente por los resultados de un modelo como este. Un modelo de desarrollo capitalista en cualquiera de sus versiones, a menos que te vayas a Finlandia, es tremendamente regresivo socialmente, es un acumulador de la riqueza en los menos y extiende la pobreza para los demás. Y si no es pobreza, es profunda desigualdad y explotación, porque nosotros tenemos un empresariado que abusa. Como dijo Aylwin una vez: “El mercado es cruel”. Yo recuerdo las reacciones de Aylwin, que muchos daban a Aylwin por conservador y a quien yo, en nuestros primeros encuentros en los 80 le enrostré su responsabilidad en el golpe, pero a quien aprendí a conocer en el gobierno. Él estaba impregnado por la iglesia del Concilio Vaticano II, que dio paso a los cristianos por el socialismo y tenía esos elementos. A veces lo vi reaccionar con ira respecto a las demandas de los empresarios: “¡Son insaciables!”, dijo una vez. Bueno, los demócratacristianos también han sufrido transformaciones, como todos.
También tienen hijos neoliberales
-Claro, las nuevas generaciones, los Fuad Chahin, los G-90, Peñailillo y compañía. Yo creo que más que claridad respecto de lo que hay que hacer, el socialismo tiene un gran desafío. Creo que el proyecto se debe definir sobre todo con la gente, porque la historia también nos enseñó que esto de llegar con ideas elaboradas por iluminados es un cuento.
* The Clinic - Alejandra Matus