Testimonio:
Elba Moreno Pulgar
Con 23 años, la telefonista Elba Moreno Pulgar era la más joven integrante de los GAP en la casa presidencial de Tomás Moro. Allí estuvo hasta que terminaron de caer los cohetes disparados por aviones de la Fach. Testigo presencial de las primeras horas del golpe y del desconcierto en el entorno del Presidente, resistió bajo una mesa el bombardeo del hogar de los Allende Bussi y escapó a Argentina sin ser jamás detenida por efectivos militares.
Aquí cuenta cómo se vivieron las primeras horas del 11 en la casa de Salvador Allende.
Apenas unos minutos antes del mediodía, un bombazo hizo saltar de susto a Elba Moreno. Ya habían pasado cinco horas desde que la alarma de Tomás Moro 200 la hizo levantarse del camarote en el dormitorio femenino que tenían asignados el Grupo de Amigos Personales (GAP) del ex presidente Salvador Allende que se ocupaban de su seguridad y de otros asuntos importantes que no estaban delegados a cualquier persona.
Después de una intensa mañana de recibir y derivar llamadas telefónicas, de quedar a ciegas por el corte de luz y teléfono, de una constante preocupación por su hermano Julio, que estaba de guardia en La Moneda, Elba comenzó a dimensionar lo que ocurría. En eso estaba cuando otro bombazo impactó en la casa de los Allende Bussi y remeció la construcción.
“Un minuto antes un helicóptero que rondaba la casa fue baleado por uno de los compañeros y empezó a echar humo. Intercambiaron disparos, pero todo se acabó luego del primer bombazo en la casa. Ahí se acabó todo”, explica Elba (63) a 40 años del golpe de Estado en su casa de Mendoza en el barrio Bermejo, donde hoy reside luego de arrancar de Chile perseguida por la dictadura.
Un cohete Sura P-3, disparado por uno de los cuatro hawker hunter de la Fach destinados por los golpistas para derribar antenas de radios, el Palacio de La Moneda y la casa presidencial, impactó directo en el techo de la casa del fallecido presidente.
Cayeron cuadros, volaron vidrios, pedazos de concreto y una creciente polvareda fue lo que alcanzó a ver bajo la mesa de la central telefónica. El pánico ya comenzaba a entumecer sus manos. Elba tenía 23 años y era una de las mujeres que se ocupaba de recibir y filtrar las llamadas que entraban a la residencial presidencial.
En menos de cinco minutos -casi al mismo tiempo que comenzaba a bombardearse La Moneda- otros dos cohetes Sura cayeron sobre el hogar de los Allende Bussi. Uno dio de lleno en la construcción e hizo volar a dos compañeros de Elba que disparaban sin mucho éxito a los aviones; el otro impactó en un palto del frontis de la casa y bloqueó la salida.
A esa altura, sin información de La Moneda, de su hermano o de lo que ocurría con el Presidente, para Elba y las otras mujeres que se encontraban a esa hora en Tomás Moro era el epílogo de su vida. “No quedaba nada más que hacer. Imagina un bombardeo a la casa donde vives, teníamos un pánico terrible”, recuerda.
El bombardeo
La madrugada de ese martes 11 de septiembre Elba Moreno -“Mirta” según su chapa del GAP- saltó del camarote cuando accionaron la alarma interna. Faltaba más de una hora para comenzar el turno y el ajetreo que se dio en esos minutos le dio la impresión que algo muy grave estaba pasando. Se vistió con lo que tenía a mano, lo más rápido que pudo, y partió al cuarto de la central telefónica.
Ahí estuvo recibiendo un vendaval de llamadas. Desde entonces hasta pasadas las diez de la mañana, ella y su compañera telefonista Ana María Gómez no hicieron más que contestar y derivar llamados de efectivos de la Armada, ministros, subsecretarios, amigos del presidente y todo tipo de autoridades. Todos querían saber si los rumores de un golpe de Estado se hacían realidad esa madrugada.
Aún no eran las 7 de la mañana cuando Allende y sus hombres más leales confirmaron lo peor. “’Esto ya no resiste más, ya no resiste más. Tenemos que llegar antes de los ‘milicos'”, les dijo Allende antes de salir rumbo a la casa de gobierno, cuenta Elba que le dijo uno de los compañeros del GAP que se quedó en la residencia, apenas salió la comitiva del Presidente hacia La Moneda.
Entre las llamadas, Elba contestó una proveniente de Isla Negra. Matilde Urrutia, tercera esposa de Pablo Neruda, se comunicaba para saber noticias. La mujer le dijo a Elba esa mañana que desde el litoral, donde Neruda tenía su casa que hoy es un Museo, se veían movimientos raros. “Me dijo que no sabía qué pasaba y preguntaba por qué había tanto militar cerca de su casa. La escuché muy angustiada. Quería saber qué pasaba porque, a todo esto, yo no sabía bien qué era lo que pasaba a esa hora. El Presidente todavía estaba en la casa”, dice Moreno.
En septiembre de 1973 Elba no alcanzaba a cumplir dos años en el GAP. Tenía apenas 23 años y una colegiatura sin terminar. Llegó ahí después de quedar sin trabajo en una fábrica de ropa, cuando le ofrecieron un puesto vacante en la central telefónica de la casa de Allende, un día que visitó a su hermano, Julio Moreno Pulgar, uno de los que esa mañana intentó defender La Moneda.
“Cuando salió electo, nosotros festejamos no se cuántos días. Era una esperanza, como que nos iba a cambiar la vida. Para la gente pobre era una luz porque para mí en esa época había esclavitud. Nosotros le ayudábamos a mi papá, con el trigo, a cosechar, esperando a fin de año que recibiera algo y no recibía nada. A los dueños les convenía que la gente fuera ignorante, que no tuviera estudios, que viviera pisoteada y Allende venía a cambiar eso”, dice.
Era por esa razón, principalmente, que su hermano mayor no dudó en sumarse al GAP cuando lo convocaron desde la central del PS. Militante desde muy joven y habiendo hecho el servicio militar en 1969, Julio tenía lo necesario para integrar el servicio de seguridad del Presidente. Y lo más importante, dice Elba, es que haría lo que fuera por defenderlo.
Eso fue también lo que pensó en medio del bombardeo. En el destino de su hermano y el de ella misma. “Por lo menos yo pensaba que ahí me iba a morir. De tanto sentir miedo, De sentir eso durante tanto rato, la sensación se transformó en resignación”, dice Elba, llevándose ambas manos a las mejillas casi 40 años después de ese día, desde su casa en Argentina.
Hasta que terminaron de disparar los dos hawker hunter, Elba pensó que se trataba de bombas. Sólo cuando recibió a “Luisito” y “Hugo” en una sala de la casa se enteró que eran misiles. El primero, Félix Vargas Fernández, quedó gravemente herido tras el bombardeo. Llegó con la cabeza ensangrentada a la “enfemería”, con un corte de proporciones en el cabeza producido por las esquirlas de uno de los misiles. Elba lo suturó y cortó la sangre con yodo y algodones.
Mientras lo hacía, “Hugo” revelaría por qué no dejaron entrar al Mayor Concha y sus efectivos de Carabineros a ayudar a defender el lugar, exactamente media hora antes. “Estaba curando a ‘Luisito’ cuando el compañero me dijo: ‘Si este tal por cual estuvo aquí, hace dos días, diciéndole al doctor que esperara unos días para llamar a plebiscito. Ese es el traidor’”, recuerda Moreno.
A esa altura, los GAP ya no confiaban en nadie, en ningún uniformado. Años después, algunos compañeros que sobrevivieron en La Moneda le contaron que hasta poco antes de las 13 horas Allende se seguía lamentando por la suerte de Pinochet. “¿Cómo estará mi amigo, qué habrá sido de él?”, habría repetido en un par de ocasiones.
Tras la salida de Hortensia Bussi, ya no quedaba más por defender en Tomás Moro. Así lo entendieron los GAP que llegaron a rescatar a los que resistieron como pudieron el bombardeo. Elba dice que apenas unos minutos después de los misiles, apareció una camioneta botando una muralla del colegio de monjas contiguo a la casa presidencial.
Pero ella no vio a la esposa del Presidente. Dice que durante todo el bombardeo creyó que ya estaba fuera de la residencia. Lo cierto es que parte del bombardeo lo pasó en el subterráneo de Tomás Moro y terminado el fuego fue sacada por los GAP que entraron, justo al mediodía, a rescatar a los que quedaban por un colegio de monjas cercano a la propiedad.
Ese día la “Tencha”, que dormía en pieza separada a Allende, salió en bata al patio de la casa a eso de las ocho de la mañana a preguntar qué estaba pasando. “No tenía idea de lo que ocurría y apenas a las 11 de la mañana, cuando llamó por última vez a La Moneda y no pudo comunicarse con el Presidente, lo dimensionó. Le dejó un mensaje a uno de los compañeros: ‘que se cuide Salvador’”, cuenta.
Cuando terminaron los cohetes y aparecieron los compañeros a buscar a los que quedaban, Elba tomó lo que pudo: sus documentos y un abrigo. Otra de las mujeres con ella, Elena, alcanzó a hacer una maleta en la que metió algunas prendas de cada una. Salieron en una camioneta y en uno de los Fiat 125 por el colegio de monjas y no pararon hasta llegar a la fábrica de Mademsa, donde se reordenaron. Pero al escuchar un helicóptero acercarse al lugar decidieron irse nuevamente. Terminaron en una parcela ubicada en la calle Larraín, en La Reina. Al día siguiente, escuchando noticias en la radio a pilas de uno de los cuidadores se enteraron de la muerte de Allende.
“Lloramos como locas porque no lo podíamos creer. Lo último era que podría haber muerto combatiendo. Yo creo que eso estuvo mal, con todo lo que hizo. Porque por último él hubiera salido disparando, porque así no se llevaban a todos los compañeros”, dice.
Luego Elba pasó escondida en diversas casas, incluida la de sus padres en Lo Calvo, Los Andes, hasta que en abril de 1974 atravesó con ayuda de un tío hasta Mendoza, Argentina. Su hermano seguía siendo buscado y buena parte de los GAP que aún no salían del país fueron detenidos.
En Mendoza llegó a trabajar puertas adentro con un matrimonio amigo de su tío. Al tiempo se fue de ese lugar y buscó trabajo en una fábrica de pantalones, donde trabajó varios años. Al año siguiente se casó y el que vino después estalló la dictadura en Argentina. Ahí recién fue tomada detenida, en la pensión donde vivía junto a su esposo. Pero no pasó nada, sólo revivió los fantasmas de la suerte que habían corrido parte de sus compañeros.
De Chile recibía noticias por carta. Siempre sin revelar datos sobre su estancia en Mendoza, en una oportunidad una amiga suya fue detenida y encarcelada por recibir su correspondencia. “Le preguntaban que qué hacía yo, dónde estaba en Mendoza, qué estaba haciendo acá. Ella siempre me escribía y me decía que no volviera, que me quedara”, dice Elba.
Aún así, cruzando la cordillera, ella siempre creyó que la estuvieron siguiendo. En el centro, una y otra vez, en muchas ocasiones, vería a un chico que le parecía conocido que nunca le habló. Varias veces sintió que la observaba, pero nunca supo de quién se trataba, como si un fantasma de lo ocurrido ese fatídico 11 de septiembre en Chile la siguiera a todas partes.
Hoy Elba dice que supo desde un principio que su hermano no había sobrevivido. Años más tarde, al ver algunas fotografías de ese día, se dio cuenta que Julio fue uno de los primeros detenidos: aparece junto a varios compañeros, con las manos en la nuca y custodiado por un piquete de militares, saliendo de La Moneda poco después del bombardeo.
En enero de 2010, el ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Juan Eduardo Fuentes Belmar, informó la identificación del cuerpo de Julio y otros diez detenidos el 11 de septiembre en La Moneda en Peldehue. En abril de ese año, más de 36 años después de su muerte, recién pudieron enterrarlo junto a otras dos personas.
“Fue terrible eso. Hubo un discurso de una hija que no conoció a su padre. Algo conmovedor”, dice apretando un papel que usa de pañuelo. En el living de su casa tiene una sola fotografía, agrandada, en blanco y negro, de Julio. Dice que estos días, uno o dos días antes del “once”, visitará de nuevo Santiago e irá a conocer el Museo de la Memoria. Le dijeron que ahí está su hermano, con una foto que ella no ha visto nunca. “Después de tanto lo volveré a ver”, dice.