Testimonio:
Ricardo Loyola Vergara
Escolta GAP de Allende, más de 10 veces sobreviviente, “a lo mejor está para otro combate”
El escolta GAP, Ricardo Loyola Vergara, franqueó el golpe militar atrincherado en la residencia presidencial de Tomás Moro y luego que fuera bombardeada por los mismos aviones que atacaron la sede de gobierno partió junto a sus compañeros en un auto repleto de armas y municiones a combatir a la población La Legua, donde se repliegan dos días después debido a una nueva amenaza de fuego aéreo.
Nunca vencido, se trasladó a su casa decidido a que si lo aprehendían sacaría su pistola para que no lo ultimaran sin disparar y matar al menos a un par de golpistas. Era su estratagema. Tenía 22 años, uno de los más jóvenes.
La mañana del 11 de septiembre de 1973, respondiendo a las alertas de las primeras informaciones que daban cuenta de la sublevación de la marinería en Valparaíso, la treintena de escoltas de seguridad (GAP), que estaba de guardia ese día en la residencia presidencial de Tomas Moro, procedió a organizar un plan de contingencia, organizando dos equipos: los que escoltaron al presidente Allende que se trasladaba al palacio de La Moneda y los que se quedaban en la casa, a cargo de resguardar a la señora Tencha Bussi y a sus hijas que se esperaba llegarían de un momento a otro.
En este último estaba Ricardo Loyola, más bien dicho, Daniel Soto Barrera, su nombre de chapa política. Otro grupo más pequeño tuvo a su cargo trasladar armamento en una camioneta a la industria metalúrgica Indumet.
LA VIDA POR EL COMPAÑERO PRESIDENTE
Sobre la marcha de los acontecimientos que daban lugar al golpe militar, esa mañana, apostados en puntos estratégicos, los GAP abrieron fuego a un par de helicópteros que sobrevolaban a baja altura por los techos de la casa de Tomas Moro. Cuentan que lograron derribar a uno de ellos. También dieron de baja a un piquete de infantería e instruyeron en manejo de fusiles checo-ruso AK 7 y de cómo parapetarse a un grupo de 45 vecinos de la población Carlos Cortés*, que habían llegado en búsqueda de armas dispuestos a dar la vida por el compañero Presidente y su promesa de vivienda propia, su sueño hecho realidad.
En este escenario, la señora Tencha Bussi, abandona la residencia por un portón colindante de un colegio de monjas. Sus hijas habían decidido acompañar a su padre. Poco después, bajo bombas y balas, entre paredes derrumbadas, quiebres de vidrios y una densa humareda, los GAP salieron uno a uno por el mismo portón, reuniéndose nuevamente en un punto acordado para dirigirse en los automóviles oficiales repletos de armas y cartuchos a combatir a los cordones industriales de Vicuña Mackenna, Yarur- Sumar y a la población La Legua.
El grupo de Ricardo fue primeramente al palacio de La Moneda, pero como no logra traspasar los cercos policiales retoma su plan inicial, convergiendo en la población La Legua con un grupo de trabajadores, pobladores y dirigentes de base de los partidos de la coalición gubernamental y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, donde se registran tiroteos durante dos días. El 14 de septiembre, hablándoles por altavoz, desde un helicóptero, los obligan a replegar su resistencia so pena de arrasar completamente la zona.
Sin ningún otro plan alternativo de contingencia ni casa de seguridad donde resguardarse, el presidente Allende muerto, La Moneda en el suelo, compañeros asesinados que aparecían flotando en las aguas del río Mapocho, sin mas horizonte que sus propios destinos personales, a este grupo de GAP solo le queda nada más que proceder a su retirada, tras declararse en libertad de acción. Una última estrategia asumida de manera conjunta los conlleva a dispersarse y salir del lugar de manera disgregada por distintos sectores, protegiéndose a como diera lugar para evitar que los interceptaran y mataran ahí mismo. Ricardo, se esfuma caminando como si nada por las calles hacia el centro de la ciudad y de ahí hacia la zona norte, al otro lado del río, donde vivía con su madre. Afortunadamente, al llegar a una de las principales avenidas, una camioneta roja lo trae al centro, sacándolo de un santiamén del foco represivo.
A estas alturas ya sumaba a su haber un total de cinco episodios de sobreviviente: el enfrentamiento en Tomas Moro, su llegada a las cercanías del palacio de La Moneda finalmente atravesar medio Santiago con la bala pasada de su pistola de puño oculta bajo su chaqueta. Por esos días, prácticamente todos sus compañeros que salieron de Tomas Moro en dirección al palacio de Gobierno habían sido prisioneros en la Intendencia ,los trasladaron al regimiento Tagna y trasladados y fusilados en el Fuerte Arteaga.Hoy varios son desaparecidos hasta hoy.
Caminando en dirección a tomar una micro, al llegar al sector del parque Forestal, a la vuelta de una esquina, muy de repente se topa con un operativo de control militar.
Pensando que ahora si “estaba condenado a la suerte de la olla“, continúa avanzando sereno y seguro, tratando de no despertar ni levantar sospecha alguna. Ya no podía retroceder, si lo hacía sin duda llamaría la atención. Felizmente, como si en ese momento se hubiese vuelto invisible logra pasar inadvertido entre medio de los soldados y policías uniformados, consignando un nuevo episodio sobreviviente,
El acto N°6. Junto a su pistola de puño portaba consigo una credencial de la Presidencia de la República de Chile que acreditaba pertenecía a las filas de la Seguridad Presidencial.
Por fin en su hogar, su madre al verlo, lo abraza, llora, lo toca, lo besa, llora, llora, llora… Desde el mismo 11 de septiembre no había podido dormir ni frenar ni siquiera un segundo sus intranquilizados y desalentadores pensamientos. No sabía que hacer, no sabía donde buscarlo, creía estaba muerto, sabía que antes de morir, él hijo estaría dispuesto a apretar el gatillo y ajusticiar a su verdugo.
Era su hijo único y ella una esforzada trabajadora de empleo doméstico, comunista, una mujer de pueblo sufrido, aquel del “Venceremos y vencimos”, los trabajadores que ilusionados y esperanzados entraron a La Moneda con el compañero Presidente, y su programa de la vía democrática al Socialismo que esperaban les cambiara y diera justicia a sus vidas. Ella era Allendista. Su hijo Ricardo había escuchado de su ideario, desde cuando estaba en su vientre.
UNA MARCA GRABADA A FUEGO
A mediados de noviembre de 1973, sucede lo que Ricardo había logrado soslayar desde el mismo 11 de septiembre; la sangrienta represión volcada hacia los partidarios del gobierno de la Unidad Popular. Cae preso por infringir el toque de queda, tras quedar a la deriva, a consecuencias de un imprevisto que lo retrasa después de llevar bebidas y meriendas a los familiares de presos políticos que se reunían a leer las listas de los detenidos y a intercambiar informaciones frente a las puertas del Estadio Nacional. Ya no portaba su arma, tampoco llevaba consigo la credencial de la presidencia y su carné de identidad decía era Ricardo Loyola. Registraba otro episodio sobreviviente, esta vez el acto N° 7.
Estando en condición de prisionero en el Regimiento de Infantería Motorizada N°1 – Buin, un soldado raso le daba con su fusil una y otra vez culatazos en las mandíbulas, convirtiendo la zona de su boca en una verdadera carnicería. Vencido por el dolor que ya no podía seguir soportando, agarra el arma, de un momento a otro, y apuntándola con sus manos hacía sí mismo, directo a su propio cuerpo, mirándolo a los ojos, a garabato limpio, le pide que lo mate. Ese día se había entregado a la muerte, pero nada sucedió.
El recluta no fue capaz de apretar el gatillo. “Aún no estaba para morir”. Otro acto sobreviviente, el N° 8 quedaba fichado a su haber. Siempre en el regimiento, un par de horas mas tarde, lo reconoce un joven oficial que vivía cerca de su casa. Al verlo se dirige hacia él, saca unos papeles en los cuales se podía ver una lista de nombres, lo busca y luego de encontrarlo, dice: “Vení pesado, negro”. A continuación, bajando el tono de su voz, le anuncia que vendrá por él a la mañana siguiente. Se habían visto varias veces en el barrio, pero no eran amigos. Esa noche, Ricardo, no logra cerrar sus ojos, pensaba “había llegado su cuarto de hora listo para morir“.
Al día siguiente, el oficial llegó a la celda, muy de mañana, tal cual le había dicho. Haciendo como que lo llevaba al baño lo aleja del barracón y al llegar a una puerta lateral contigua a unas casas que usaba la oficialidad, estando frente a una de ellas, saca un manojo de llaves, abre la puerta, lo deja allí, aconsejándole que cuando apenas escuche movimiento de micros y automóviles salga a la calle a barrer con un escobillón y al llegar a la esquina se suba a una micro y se evapore al viento lo más lejos posible. “Si alguien te caza, te vay solito”, le advierte, dejando en claro que en caso de mencionarlo en algún interrogatorio, él mismo se encargaría de meterle un tiro en la boca.
De nuevo sin más destino que su propio hogar, con la cara hinchada, dientes sueltos y su polera ensangrentada, cuya pechera parecía fuera de cartón, en vez de irse a su casa se oculta en la de un compañero amigo. Allí, en ese hogar, la madre de su amigo, lo cuida como si fuera un bebe, le daba papillas de verduras y aguas de matico. Al cabo de unos días, volvía a nacer. Este episodio anotaba su acto sobreviviente N° 9.
Cuando estuvo medianamente repuesto de sus heridas, un dentista afirma sus dientes sueltos, quedando como si nada hubiese sucedido. Días después se encuentra con su madre, quien al verlo primeramente imaginó era un fantasma. Creía lo habían fusilado. Hablaron de todo, pero no quiso contarle que acerca de su escapatoria de un linchamiento, gracias a lo que hiciera un vecino de su barrio, un joven oficial que lo sacó del regimiento, salvando su vida y de quién nunca más supo de él. Nunca supo nada de él, ni siquiera su nombre.
En pleno gobierno de la Unidad Popular, Ricardo Loyola, militante del partido Socialista, al momento de su llamado a integrarse a los equipos GAP, sin pensarlo dos veces, abandonó sus estudios de Arquitectura, se cortó el pelo, los bigotes, se puso un buen terno, camisa blanca, corbata de seda, zapatos de cuero, una pistola bajo la chaqueta y empezó a llamarse Daniel Soto Barrera; su identidad política, según certificaba su nueva cédula de identidad, pasaporte y credencial de la presidencia de la República. Había aprobado exitosamente un entrenamiento paramilitar y un curso seguridad personal realizado en Cuba y en la residencia de El Cañaveral por lo que su jefe directo le proporciona su nueva documentación, su luciente vestimenta, un arma corta, instruyéndole de su puesto al lado izquierdo de la U que formaban de manera estratégica en torno al presidente Salvador Allende.
RUMBO AL MUNDO, QUIERE VOLVER
A mediados de febrero de 1974, saliendo nuevamente a la luz pública, una corazonada lo lleva a convencerse que había llegado la hora de abandonar el país. Un compañero le había informado que podía viajar a Mendoza en una pequeña micro que hacía viajes de ida y vuelta y que en caso de hacerlo le daba la misión de custodiar a dos compañeros durante el trayecto Mendoza – Buenos Aires. El programa incluía tomar contacto con unas religiosas, quienes los orientarían para asilarse en las oficinas boanerenses del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur, cuyas tramitaciones y salidas al exilio estaban a cargo de una chilena, una militante del partido Socialista. Ella, al verlo no pudo contener las lágrimas. En medio de la confusión, presuponía, había muerto como la mayoría de los GAP.
Su nuevo episodio sobreviviente, el acto N°10, queda registrado en el control fronterizo cuando viajaba a Mendoza.
El policía a cargo de revisar los pasaportes devuelve a todos loa pasajeros su documentación, menos a él. Creyendo “que esta vez, si lo descubrirían”, abatido se baja de la micro, pero al observar que el policía lo traía en una mano, regresa a su asiento. El documento de viaje decía era Daniel Soto Barrera, su chapa de GAP. No podía salir del país siendo Ricardo Loyola, fugado de su prisión.
Mientras volaba de Buenos Aires a México, en Chile tenía lugar su episodio sobreviviente N°11. Un pelotón de militares se habían dejado caer en su hogar, llevándose a su madre y a su padre. No les creían que había salido de Chile por tierra a Mendoza.
Finalmente sus jefes políticos no autorizaron su retorno a Chile.
Entonces, sin más propósitos que esperar el pase de retorno, prepara su mochila y los boletos de exiliado lo llevan directo a París, Francia, en donde gracias su condición de refugiado recibe atención médica dental y un plan intensivo de terapias psicológicas. Uno de los especialistas que lo trató le diagnosticó Hipertensión por sus emociones muy extremas y penas acumuladas.
Una vez que aprendió medianamente el idioma se capacitó en técnicas y arte de restauraciones y poco a poco se inserta en trabajos de recuperación de fachadas, gárgolas, obras de arte urbano y villorrios patrimoniales. Este quehacer, junto con adentrarlo hacia la cultura francesa, lo vuelve a su propia esencia artística, aquella expresada en sus años juveniles, a sus estudios en el Liceo Experimental y su salteada carrera en la Escuela de Arquitectura. En la ciudad luz retomaba su interés por el arte, la estética, la belleza.
Años después decide radicarse en Andorra, pequeño país entre Francia y España. Tal como venía haciéndolo continúa participando en los comités de exilio y de sus interminables conversaciones de la realidad chilena y probabilidades de retorno.
Unos viejos partisanos que habían combatido a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial convencieron a un grupo de compañeros que su lucha no estaba en Europa sino en Chile, animándolos a recuperar los sueños y a buscar alternativas que les permitieran regresar al país de manera clandestina.
A mediados de 1982, felizmente el grupo de amigos visualiza una posibilidad concreta de ingresar a Chile. La hermana de uno de ellos había convencido a su marido policía de ingresarlo por unos días al país para que se despidiera de su madre antes de morir.
Aprovechando esta ventana, el grupo viajó en un vuelo París – Buenos Aires y después por tierra hacia un paso cordillerano internacional. Al presentarse ante el cuñado policía, obviamente se niega a dar curso a la operación, explicando que el ofrecimiento era solo para uno de ellos.
El cuñado una vez cruzada la frontera, de acuerdo a lo programado, amenazó al policía de denunciarlo si no procedía al ingreso de sus amigos. El ultimátum fue algo así: “Si querís seguir viviendo, ingresa a mis amigos, a mi me da lo mismo porque ya he pasado por todo y si me muero, me muero… ya he vivido mitad muerto, mitad vivo”. Todos lograron entrar a Chile.
Para Ricardo, este era el episodio de sobreviviente N° 12. Según su pasaporte verdadero nunca había salido del país.
De regreso, trabaja en faenas de la construcción, reanuda su quehacer político y da rienda suelta a su veta artística… diseña y crea obras en fierro forjado, arte en mosaicos, pintura y mobiliario con maderas recicladas. Todo funcionaba bien hasta que un día en la calle un policía uniformado de La Moneda de 1973 lo reconoce y lo sigue, logrando esquivarlo entre los transeúntes.
Dicho incidente que implica su acto sobreviviente N°13, lo lleva a refugiarse en una alejada casa situada en las faldas de un cerro de la localidad de Paine, donde muy pocos acceden. Desde allí, “listo para otro combate“, sale de esa sombra, sumándose a las protestas y a las diversas iniciativas impulsadas para recuperar los espacios de libertad y retorno a la democracia. Símbolos contra el olvido, del minuto uno al minuto cero
Los GAP – Grupo de Amigos Personales, algunos dicen Grupo Armado Presidencial – era un dispositivo compuesto mayoritariamente por jóvenes estudiantes y pobladores que tenía a cargo la seguridad y defensa del presidente Salvador Allende, incluso en sus espacios privados. Se organizaban de manera compartimentada en las secciones Escoltas, Grupo de Avanzada y Guarnición, vivían acuartelados día y noche, cumplían turnos de lunes a domingo, dormían vestidos con la pistola bajo la almohada y se desplazaban de un lado a otro en vehículos de la comitiva presidencial.
Ser GAP no era considerado un trabajo sino una tarea política, una entrega y contribución al proceso revolucionario en marcha.
Respondían al llamado que hiciera el presidente a la juventud en su discurso pronunciado al día siguiente de asumir su cargo: “Conviertan el anhelo en más trabajo”, “la esperanza en más esfuerzo” y “el impulso en realidad concreta”.
La gente los aplaude, llora, los abrazan y muchos se cuadran ante ellos al estilo militar.
Se les recuerda porque muchas veces asomaban por las ventanas de los vehículos presidenciales las metralletas que cargaban pegadas al cuerpo. Tenían la orden de no sacar sus armas y si lo hacían era solamente para disparar en caso de un atentado contra el Presidente de Chile,Salvador Allende G. o bien atajar alguna bala con su propio cuerpo.
También se les recuerda porque aparecían en las fotografías, rodeando al presidente Allende. “Yo pongo el pensamiento y ellos ponen la acción”, había dicho en una oportunidad al referirse a sus muchachos, a quienes varias veces les comentó lo sacarían de La Moneda “con los pies para adelante“, según dice Ricardo Loyola.
Se ha dicho que no sumaban más de 70, aunque algunos mencionan llegaron a 180 hombres y mujeres. Se ha dicho también que al 11 de septiembre de 1973 una buena parte cursaba un entrenamiento en Cuba. En los actos de homenaje se menciona que 51 GAP fueron asesinados durante los primeros días del régimen militar, casi la mitad de ellos forman parte de las listas de Detenidos Desaparecidos.
Los sobrevivientes organizaron a su regreso a Chile una asociación para reivindicar medidas reparatorias y testimoniar su experiencia.
Se reconocen como un grupo escogido de combatientes idealistas fieles al presidente Salvador Allende.
De hecho, cada 11 de septiembre acuden al palacio de Gobierno y cuando uno de ellos muere, portando un brazalete rojo con la sigla GAP, en el cementerio, frente al mausoleo de Allende, proclaman a viva voz:“Compañero presidente: aquí traemos a uno de los nuestros que al igual que usted fue un hombre digno y leal a sus principios y al pueblo de Chile”.
Mayoritariamente empobrecidos, solos y abandonados han muerto esperando una pensión de gracia por servicios prestados a la nación.
No todos han accedido a la pensión de exonerado. Y es que ellos no eran funcionarios públicos, no pertenecían a ningún ministerio ni servicio público. Nunca prosperó el proyecto de Ley que buscaba insertarlos al sistema de la Policía de Investigaciones de Chile.
Su legitimidad era de hecho y respondía al apoyo y respaldo otorgado tan solo por el propio presidente Allende. Paradojalmente, el 11 de septiembre de 1973, fueron ellos los que arriesgando sus vidas estuvieron a su lado desde el minuto uno al minuto cero, fueron ellos quienes en la primera línea de fuego enfrentaron a las Fuerzas Armadas y de Orden; las instancias que habían jurado y prometido ante la bandera chilena resguardar el orden constitucional.
*Myriam Carmen Pinto. Zurdos no Diestros. Historias humanas de
humanos demasiados humanos (serie). junio 2016